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2008.

"Perpetuo (y) Efimero".

Galería Ansorena. Madrid.

O B R A S

con texto de

 

Julio LLamazares

(El Triunfo del Mar)

 

 

CDB

CONTACTO

Conocí a Carlos Díez Bustos por casualidad, en una exposición, Madrid pintado, organizada por Caja Madrid. De todos los cuadros que en ella había, pertenecientes la mayoría a los grandes pintores españoles de los últimos dos o tres siglos, hubo uno que me llamó especialmente la atención, pese a que estaba firmado por un pintor del que nunca había oído hablar hasta ese momento. Era una interpretación pictórica del edificio del Círculo de Bellas Artes, de Palacio, tan conocido y querido por mí, y en seguida decidí que aquel cuadro iba a ser el motivo de la portada de la novela que estaba escribiendo entonces: El cielo de Madrid. Así ocurrió y así fue como conocí muy pronto, en medio de una serie de avatares que sería prolijo contar ahora, al autor de aquel bello cuadro que me fascinó hasta el punto de elegirlo como imagen de una de mis novelas.

 

Hoy, cuatro años después, Carlos Díez Bustos me concede el honor de presentar una exposición suya, una más de las muchas que ha realizado ya con una periodicidad y una coherencia insólitas entre sus colegas. Desde su primera en 1985, el pintor ha acudido a su cita con los espectadores prácticamente cada año y siempre desde una coherencia que hace que cada exposición suya sea continuación de las precedentes, si bien que incorporando en cada una un matiz nuevo, una idea diferente o novedosa, una vuelta de tuerca a lo anterior, en suma. En eso, Carlos Díez Bustos enlaza con los grandes artistas y pensadores de todos los lugares y las épocas, esos que construyeron sus obras partiendo de una idea inicial a la que nunca dejaron de dar vueltas en su vida, como los músicos de jazz hacen en sus interpretaciones. La idea de Carlos Díez Bustos es la confrontación entre dos de las bellas artes, la pintura y la arquitectura, con incorporaciones en ésta de la escultura, y sobre ella viene construyendo toda su obra, una obra que enlaza así con el clasicismo (la arquitectura fue el arte por excelencia de los antiguos), pero que incorpora un halo romántico que viene de su desolación (los edificios están siempre abandonados, los jardines a merced del tiempo y sus erosiones, el mar lo amenaza todo como en estos últimos cuadros) que la convierte, por esa vía, en algo a la vez moderno y clásico, en un trasunto contemporáneo de lo que fue una visión antigua del mundo y de la naturaleza. La ausencia de la presencia humana, común a todos a sus cuadros (algo que lleva a pensar en un mundo ya acabado para siempre), acentúa esa sensación y nos transporta a un estadio de la historia en el que el esfuerzo inútil, ése que, según Ortega, conduce a la melancolía, todavía no se había manifestado con la crudeza con que el pintor lo refleja ahora. Vivir es un esfuerzo inútil, construir edificios y arquitecturas forma parte de ese esfuerzo, como pintar o escribir novelas, porque, al final, el mar – metáfora de la destrucción, como podrían haberlo sido el fuego o el viento – acabará arrasándolo todo, destruyendo y borrando la obra que el hombre creó con tanta ilusión y con tanta voluntad de eternidad. Si es verdad aquello que decían los románticos de que lo bello es sólo el comienzo de lo siniestro que todavía podemos soportar (o, al revés, que lo siniestro es aquello que, debiendo haber permanecido oculto, nos ha sido revelado), la pintura de Carlos Díez Bustos sería su paradigma. Tanta pasión para nada parecen musitar cada una de sus obras, al tiempo que nos sumergen en la belleza de una figuras arquitectónicas y de unas esculturas y jardines condenados a desaparecer.

 

Pocas veces he sentido tal sensación de desvalimiento, de estupor ante la inutilidad de todo, de emoción ante la belleza en estado puro, pero, a la vez, ante su fugacidad, como ante estos cuadros inexpresivos y, al mismo tiempo, llenos de fuerza que Carlos Díez Bustos nos ofrece en ésta, por ahora, última exposición de las suyas. Se la recomiendo, pues, a todos aquéllos que buscan en la pintura algo más que un cuadro hermoso.

 

 

Julio Llamazares          Madrid, 2008

E l   T r i u n f o   d e l   M a r

PERPETUO   EFÍMERO

(y)